Sociedad | En una época en la que los autos clásicos parecieran reservarse para coleccionistas o especialistas, Pablo Melchior demuestra que la pasión puede más que cualquier manual. Y no tiene uno sino dos Fiat 1100, que se convirtieron para él y la familia en mucho más que vehículos, y lo disfrutan recorriendo el país.
Una tarde pesada de calor, de esas en las que el pueblo parece quedarse quieto, se vuelve el escenario ideal para subirse al “rojito”, como Pablo Melchior apoda a uno de sus dos Fiat 1100 modelo 1963.
Vecino de Basavilbaso y entusiasta de los autos clásicos, Pablo habla mientras conduce despacio, con la serenidad de quien sabe que la paciencia es parte del encanto.
“Lo uso en rutas a 70 u 80 kilómetros por hora, no más, para no castigar el motor”, cuenta. El 1100 cc que impulsa al pequeño sedán es fiel a su época: tecnología simple, mecánica accesible y una filosofía de manejo que invita a disfrutar del camino más que a llegar rápido. “Son modelos ‘63. Más viejos que yo… pero más lindos también”, dice entre risas.
Melchior posee dos unidades del mismo modelo: una la compró restaurada y la otra la restauró por completo. “Este está un poco más original. El otro sufrió algunas modificaciones leves, pero sigue teniendo el espíritu del diseño”, explica mientras avanza por las calles casi vacías.
Su historia con los autos viejos comenzó en 2011, cuando fue a Gualeguaychú a comprar un cero kilómetro. Allí vio un Gordini restaurado dentro de la concesionaria. “Me enloqueció”, recuerda.
Desde ahí nació la idea de tener un auto antiguo para disfrutar con su familia. No llegó a concretar el sueño del Gordini, pero sí encontró un Fiat 1100 en venta, que sería el primero de los dos que hoy cuida con orgullo. A bordo del “rojito”, la mecánica vibra con un sonido presente.
“No es silencioso porque no tiene el aislamiento de los autos actuales, pero tiene un andar cómodo. Nada de durezas”, explica. Detrás, el acompañante confirma: “Atrás también es muy cómodo”. Para Pablo, parte de la decisión de elegir este modelo tuvo que ver con la armonía entre potencia, espacio interior y capacidad de baúl. “Ideal para viajar”.
Una de las características que más llama la atención a quienes lo ven pasar son sus puertas “suicidas”, que se abren en sentido inverso, un diseño presente en algunos vehículos de los ’50 y ’60 como Citroën y los primeros Fiat 600. Esa particularidad, sumada al color y al brillo del cuidado, genera reacciones inmediatas. “Siempre pasa. Te saludan, te ceden el paso… llama mucho la atención”, comenta.
Desde 2018 los Fiat de Pablo ya son parte del paisaje basavilbasense. A este lo compró a comienzos de ese año, y el otro llegó meses después, una vez terminada su restauración. Pero más allá de los paseos locales, Melchior tiene un objetivo claro: “La idea más influyente que tengo es usarlo para viajar”.
Y mientras el motor del ’63 avanza con dignidad por las calles tranquilas del pueblo, uno entiende que ese deseo no tiene que ver con la velocidad, sino con otra cosa: con viajar despacio, mirando, recordando y disfrutando el camino. Como solo puede hacerse en un auto que guarda historia y cariño en cada pieza.