Lunes 22 de Diciembre, 07:35

Hace más de 40 años llegaron a “Basso” familias del Sudeste Asiático

Sociedad | Huyendo de la guerra y la persecución, casi 300 familias provenientes de Laos, Vietnam y Camboya llegaron a la Argentina; un puñado de ellos se instaló en Basavilbaso a la que llegaron con la promesa de techo, educación y trabajo.


El país no estaba preparado para recibirlas, pero con el tiempo lograron integrarse y echar raíces. Hoy, la cuarta generación combina tradición y modernidad, en una historia de esfuerzo, solidaridad y compromiso con la tierra que los acogió.

Del río Mekong al corazón de Entre Ríos

Hace 45 años, Ving Phoutthavong llegó a la Argentina desde Laos. Tenía 24 años y una vida marcada por la guerra. “He vivido más acá que en mi pueblo… cuando vine tenía 24 y hoy tengo 70”, repite con serenidad.

En su país natal era uno de seis hermanos, trabajaba en el campo y también como cartero. Pero el avance del régimen comunista transformó la vida cotidiana en una pesadilla.

Ya con un hijo, Keo, que apenas tenía meses, decidió cruzar el río Mekong en busca de libertad. “La violencia era cosa de todos los días”, recuerda. El cruce fue solo el comienzo", admite.

En la otra orilla del Mekong, Tailandia, fue detenido y enviado a un campo de refugiados al que llegarían meses después, con ayuda de un "pasador", su esposa Tiem Lotsaly y el bebé.

En Tailandia les depararían años difíciles, sobreviviendo en lo que Ving describe como “un campo de concentración”,  (por el campamento de Khao I Dangun) lugar de espera y hacinamiento donde, al menos, estaban a salvo de las bombas y la familia se agrandó con el naciemiento del segundo hijo, Souvang.

Laos: el país más bombardeado del mundo

Mientras el mundo miraba la guerra de Vietnam, Laos vivía su propio infierno. Entre 1965 y 1973 cayeron sobre su territorio dos millones y medio de toneladas de bombas, convirtiéndolo en el país más bombardeado de la historia.

Miles de familias huyeron, y los centros de refugiados en Tailandia se llenaron de quienes buscaban sobrevivir. Ving, su esposa y sus dos hijos vivieron allí cinco años.

“Nos demoraban porque no teníamos estudios ni profesión. Los países elegían a los más preparados. Los que quedábamos éramos los últimos en la lista”, cuenta.

Naciones Unidas clasificaba a los refugiados según su formación: los más calificados eran destinados a Europa o Estados Unidos. A Ving, en cambio, le hablaban de América Latina, de Argentina, de la que solo había sentido por el mundial de fútbol de 1978; mientras  a sus hermanos los enviaban a Australia. 

Una oportunidad

La ONU convocó en 1979 a una Conferencia Internacional en Ginebra para resolver la crisis humanitaria del Sudeste Asiático. Entre 65 países, Argentina fue el único de América Latina que aceptó recibir refugiados.

Era el gobierno militar de entonces, el que bajo críticas internacionales por violaciones a los derechos humanos buscaba mejorar su imagen ofreciendo asilo a familias de Laos, Vietnam y Camboya.

Usaron la razón humanitaria para lavar la imagen. Y para Ving, sin rencor, solo con realismo afirma que "no les interesaba si teníamos preparación o experiencia en algo, solo que trabajemos".

Lo cierto es que esa decisión política abrió un nuevo destino para 293 familias. Desde el centro de refugiados en Tailandia, Ving recuerda que tras un largo viaje, aterrizaron en Ezeiza, donde permanecieron un tiempo antes de ser trasladados a Santa Fe.

Poco después, una propuesta laboral los llevó a Basavilbaso, donde el frigorífico avícola FABA, en tiempos de José Levitzky, que les ofreció trabajo y vivienda.

“Vinimos a trabajar, a empezar una vida nueva”, afirma. Y reconociendo que la adaptación no fue fácil siente gratitud por el trato respetuoso que la mayoría de los vecinos le brindaron.

“Todo era distinto, el idioma, las costumbres, hasta el clima”, dice Ving. “No fue fácil, pero hicimos nuestro camino”, resume.

Ving que vive en el barrio Estrada, ya jubilado como obrero del Municipio, se siente pleno, realizado, feliz.

Con su esposa son padres de 7 hijos, a Keo y Souvang le siguieron -todos nacidos en Argentina- Patricia, Danilo, Josué, Ana y Gabriela, y  abuelos de Dichai, Amanda, Emilse y Liz Phouthavong y Gael Barragán, y uno más por venir de la hija menor, Gabriela. Ving hace un balance más que positivo de la decisión que tomó hace poco menos de medio Siglo atrás.

Raíces nuevas, identidad compartida

En 2014, Ving y su amada esposa Tiem regresaron por primera vez a Laos. Ambos fueron como ciudadanos argentinos.

Recuerda que sus padres ya habían fallecido. Que el viaje les permitió “cerrar un círculo”, dice con emoción contenida.

Hoy, la tecnología acortó distancias y permite mantener el vínculo con su tierra natal, aunque su vida está firmemente arraigada en Argentina.

Keo, el mayor de sus hijos, tambíen quiso conocer su tierra natal y fue en 2022, donde inesperadamente enfermó y murió, asestando un durísimo golpe a la familia, que se aferró para intentar sobrellevar el dolor. 

La historia de la familia Phoutthavong es la de cientos de familias que llegaron con poco más que esperanza y construyeron un futuro con trabajo, esfuerzo y respeto.

Sus hijos y nietos crecieron entre dos mundos: las tradiciones orientales y la vida en el interior argentino, donde se integraron plenamente sin olvidar sus raíces.

Una integración ejemplar

Cuatro décadas después, la comunidad laosiana en Argentina —especialmente en ciudades del litoral como Basavilbaso— son un ejemplo de integración.

Sin perder sus costumbres ni su idioma, contribuyeron al desarrollo local y construyeron una identidad mixta, que combina la calidez de sus orígenes con la idiosincrasia argentina.

“Encontramos paz, y eso era lo que más buscábamos”, dice Bin, con una sonrisa tranquila. En esa frase se resume una historia de supervivencia, de familia y de esperanza.