Sábado 21 de Abril de 2012, 18:01

Acusan de represor al chofer de un Ministro entrerriano

| Una de las víctimas de crímenes de lesa humanidad, declaró que el jefe del operativo que lo secuestró en 1980 en Concepción del Uruguay pertenece al entorno del actual Ministro de Educación de la provincia, José Eduardo Lauritto.

Carlos Atilio Martínez Paiva, una de las víctimas de crímenes de lesa humanidad, declaró ante el Tribunal Oral Federal de Paraná que el jefe del operativo que lo secuestró en 1980 en Concepción del Uruguay pertenece al entorno del actual Ministro de Educación de la provincia, José Eduardo Lauritto. Según dijo, Félix Orlando Cabrera, alias Nachito, es o al menos era hasta hace muy poco tiempo, chofer o custodio del exvicegobernador; en los 90 fue jefe de la Departamental Uruguay de la Policía de Entre Ríos y fue jefe de seguridad del club Gimnasia y Esgrima cuando Lauritto era presidente. Martínez Paiva dijo que ha visto “en varias oportunidades” a Cabrera con el ministro de Educación y acotó que esa relación “la sabe todo Uruguay” y que Lauritto conoce los antecedentes de ese expolicía. Además, al igual que los otros dos testigos que declararon en el juicio a Harguindeguy, reconoció en la sala a Julio César Moscardón Verde Rodríguez como uno de los miembros de la patota de la Policía Federal de Concepción. No pudo reconocer al represor Francisco Crescenzo porque prefirió no estar presente en la sala. Luego de declarar sin público, Martínez Paiva dio ante la prensa detalles de lo padecido desde el “aciago” 19 de julio de 1976 cuando fue secuestrado por la patota de la Federal y las “terribles torturas” que sufrió a través de picana eléctrica, submarino y palizas. “Estuve muy cerca de la muerte. Honestamente, antes de seguir en las condiciones que me tenían, prefería que me mataran”, manifestó. A diferencia de los estudiantes secundarios detenidos en aquel momento -él era mayor, tenía 25 años- su cautiverio no se agotó en una semana, sino que fue trasladado al centro clandestino de detención Comunicaciones del Ejército, en Paraná, donde estuvo en condiciones infrahumanas, para recorrer luego las cárceles de Paraná, Gualeguaychú y Coronda. En todo su recorrido siguió sufriendo torturas físicas y psicológicas. Luego, en libertad, sufrió una “persecución despiadada”, dijo. “Hasta que el 1º de junio de 1980 me vuelve a secuestrar una patota encabezada por Cabrera, también el comisario Reynoso, que era jefe de la Comisaría primera; un tal Hugo Rodríguez y un tal Bambi Fontana. Ahí me trasladan al Ejército, cuyo jefe era el teniente coronel Ratto, había un mayor D’Amico, un mayor Uranga, me tienen preso hasta que me ponen en libertad pero me prohíben la salida de la ciudad”, dijo. [b]Duros testimonios [/b] Como el miércoles, además de Martínez ayer declararon dos hombres que siendo muy jóvenes participaban en actividades políticas en la ciudad, y que durante las vacaciones de julio de 1976 estuvieron detenidos ilegalmente y fueron sometidos a salvajes torturas en la delegación local de la Policía Federal. Al imputado Rodríguez lo reconocieron sin problemas en la sala. Juan Carlos Changui Rodríguez dijo en su declaración que José Darío Mazzaferri era el encargado de aplicar la picana, siempre acompañado del Moscardón. También solía ver a Crescenzo en la Policía Federal, aunque él no lo sufrió como otras víctimas. Señaló que su detención y la de sus compañeros estuvo motivada por las actividades que desplegaban en los centros de estudiantes de las escuelas, la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y, en su caso, en el peronismo. La excusa de los represores fue un volante que imprimieron para repudiar la dictadura y la búsqueda del mimeógrafo que utilizaban para tal fin. Los jóvenes habían sido objeto de tareas de inteligencia y por eso fueron secuestrados desde la noche del lunes 19 de julio, luego de una inocente reunión estudiantil en un boliche bailable. Changui, de 17 años, acababa de llegar a su casa cuando sonó el timbre. Era uno de sus compañeros, José Peluffo. Cuando salió vio que, a ambos lados de Peluffo, estaban los secuestradores Rodríguez y Mazzaferri. A bordo del Dodge 1500 negro de Mazzaferri, bajo una lluvia de golpes, lo llevaron a la Federal junto con Peluffo. Al llegar, quedó solo en una sala, esposado, mientras los integrantes de la patota salieron a seguir chupando gente. Volvieron de madrugada y lo sometieron a una terrible golpiza, agresiones verbales y amenazas de muerte si no cantaba lo del mimeógrafo. Luego lo llevaron a un calabozo, donde pudo ver, a través de una ventana, cómo era torturado Martínez Paiva con picana eléctrica. Los gritos eran desgarradores. Un represor, el de la mancha en la cara que debe investigar la Fiscalía Federal de Concepción, que él identifica como un hombre de apellido Rodríguez al que decían Parche, tapó la ventana con una toalla y le dijo: “Ahora seguís vos”. Al día siguiente lo llevaron al Casino de Oficiales y lo pusieron con los demás estudiantes y jóvenes detenidos. De allí lo iban sacando de a uno para torturarlos. A él varias veces lo interrogó el subjefe Alfonso Cevallos, siempre con una pistola sobre el escritorio. Víctor Baldunciel también contó su experiencia. Tenía 19 años cuando lo secuestraron. Su relato coincide en tiempo, lugar y detalles con los del resto de las víctimas. Era interrogado todos los días, pero sólo una vez le pegaron. También contó que escuchaba gritos de los picaneados y pudo reconocer fácilmente en la sala al Moscardón Rodríguez como uno de los represores. Dijo que durante mucho tiempo tuvo miedo y que cada vez que oía estacionar un auto, pensaba que lo venían a chupar. Martínez Paiva dijo que en el 19 de julio de 1976 lo secuestró el Moscardón a dos cuadras de su casa junto al prófugo Mazzaferri [b]“Había un tal Peluffo” [/b] Para algunos testigos, la actuación de José Pedro Peluffo en los hechos es dudosa. No sólo porque acompañó a los secuestradores a la casa de Changui Rodríguez, sino porque un año después de los hechos ingresó a la Policía Federal. Cuando estaban en cautiverio, aconsejaba al resto de los detenidos que hablaran y dijeran lo que sabían. Por su parte, Martínez Paiva dijo a los medios: “Había un tal Peluffo, al que hacen pasar a la sala donde me habían torturado y dice: ‘Carlitos, nos querías hacer guerrilleros, nos engañaste’. Cuando salí de la cárcel lo vi con uniforme de la policía y no lo podía creer”. La vigencia del miedo durante y después de la dictadura Juan Carlos Changui Rodríguez salió en libertad vigilada, bajo amenaza de no participar de ninguna reunión política o estudiantil, luego de la reunión en que el jefe del Regimiento, Raúl Federico Schirmer, sermoneó sobre la subversión a los detenidos y a sus padres a los que había citado para esa ocasión. Hacía una semana que estaba cautivo. Ya en libertad, una mañana vio estacionado a metros de su casa al Falcon del Moscardón Verde. El terror lo invadió de nuevo. Pero enseguida advirtió que no lo vigilaban a él. Estaban mirando hacia atrás por el espejo retrovisor. Al otro día se entero de que había desaparecido un vecino, que luego estuvo detenido en Rosario y fue liberado semanas después. Él dio aviso de lo que había visto a la madre de ese muchacho. La mujer fue a la Federal y allí le dijeron que sólo habían prestado apoyo logístico para ese secuestro. Changui, invadido por el miedo, optó por irse a vivir a Buenos Aires. Años después, cuando regresó a Concepción del Uruguay, comenzó a trabajar en la oficina de Rentas y en varias ocasiones le tocó cobrarle al Moscardón Verde. Fuente: Diario Uno.